Tanto la cebolla como el ajo tienen sulfóxido, un compuesto que contiene un grupo sulfinilo enlazado a dos átomos de carbono y tienen mucho en común con la pólvora.
El Dr. Bob Beck trabajaba en ingeniería de vuelos de prueba en el grupo de Doc. Hallan en la década de 1950 en Estados Unidos. Él recuerda que el médico de vuelos venía cada mes y les recordaba a todos: “No se atrevan a tocar ni un ajo 72 horas antes volar uno de nuestros aviones, porque van a duplicar o triplicar su tiempo de reacción. Serán tres veces más lentos si no evitan el ajo”.
Más tarde, se financió un estudio de la Universidad de Stanford y encontraron que, efectivamente, el ajo es un veneno.
Uno puede frotar un diente de ajo en el pie y podrá olerlo poco más tarde en sus muñecas; de esa manera penetra en el cuerpo El ion de hidroxilo sulfónico penetra todas las barreras, incluyendo la capa callosa del cerebro.
El ajo puede afectar la mente y la concentración, y no se debe consumir si se están realizando actividades que requieren concentración y agudeza mental.
En los últimos años se han realizado varios estudios que establecen que las cebollas pueden causar alergias, gas intestinal, diarrea y acidez estomacal. Aunque hay algunos beneficios medicinales en las cebollas y los ajos, como alimentos, sus efectos negativos son más que los positivos.
Y por su lado, el ajo desincroniza las ondas cerebrales, desasocia los hemisferios derecho e izquierdo y mata decenas de miles de células cerebrales.
De acuerdo al Ayurveda, además de producir mal aliento y olor corporal, el ajo y la cebolla producen irritación, agitación, ansiedad y hasta comportamientos agresivos. Por lo tanto. son perjudiciales física, mental y espiritualmente.
La cebolla y el ajo nunca fueron adoptados en la cocina tradicional japonesa y fueron rechazados por los maestros Zen. Budistas, jainistas y vaishnavas evitan completamente la cebolla y el ajo en cualquiera de sus formas, así como los practicantes serios de yoga.
Si bien es cierto que el ajo mata las bacterias dañinas, también destruye las bacterias beneficiosas, que son esenciales para el buen funcionamiento del sistema digestivo.